jueves, 12 de mayo de 2011

Inversiones a la nostalgia del trajeado Pink

Con mucha renuencia y un cierto grado de escepticismo, me acerqué a la noticia del (re)lanzamiento de la discografía "remasterizada y reempacada"de Pink Floyd. A la fecha he comprado la discografía completa, con la excepción de un disco en vivo, 3 versiones del Dark Side Of The Moon, 2 ediciones de The Wall (VHS y DVD), 2 reemplazos de discos perdidos o rayados de uso, un par de rarezas europeas y demás parafernalia concerniente a Pink Floyd. Sin contar libros, enciclopedias, posters, etc. 

Es decir, he ocupado gran parte de mi vida a sumergirme y rendirme ante su música, cómo las millones de personas que "han sido influenciados por Pink Floyd". No niego que representan grandes cosas en mi vida, ni que cambiaron la forma en que percibo la música, el arte y sobre todo un grupo cuyas líricas te hacen consciente de tu propia existencia. No niego que me he pasado noches enteras saboreando, y disfrutando cada uno de sus discos, en ejercicios de repetición, en ciclos enteros que están musicalizados y guardados en aquellos pedazos de metal, de acetato, o peor aún arrumbado en una configuración de unos y ceros en medio de una biblioteca de archivos digitales. 

No niego que he invertido una vida en la música, que estoy seguro le ha dado un cómodo fondo de retiro a Waters, Gilmour, Mason, Wright y Barrett, y de por medio a un par de trajes. O que he invertido cuantiosas cantidades en espectáculos sobremediatizados, entretenimiento para las masas abordando la alienación pura del individuo, y a pesar de la palomita visual, ser capaz de llevar a las lágrimas a su humilde servidor durante "The Thin Ice", en momentos de éxtasis puro y un acto catártico de presencia. He caído en la nostalgia de revivir a los dinosaurios, en caer en el engaño de ver un grupo de covers de mi música favorita, y sustituir las piezas faltantes en imágenes creadas en mi propio imaginario, en incluir aquella fotografía en otro montaje visual y sonoro. En crear una imagen perfecta que le corresponda al mito que he creado o mejor dicho al monstruo, que hoy se ve en la dicotomía de volver a caer en la nostalgia y reinvertir cuantiosas cantidades de dinero en re-ediciones, que apelan más a la cartera que al corazón. 

Pero en el fondo, hay una parte que sigue conectada y atada a la música. 

Y si en el fondo, todo siempre fue por la música, en aquella proposición romántica e idealista, entonces seguramente ahí estaré el 27 de septiembre comprando por segunda o tercera ocasión, las canciones que cambiaron mi manera de ver el mundo. Pink Floyd me ha llevado a un cuestionamiento constante, ha llevado a muchas preguntas, a cuestionar todo lo que se presenta frente a mi, a reír, llorar, a cantos de redención, a momentos de la soledad absoluta, de construir y derivar muros, de emprender travesías sonoras al lado obscuro de la luna, al corazón atómico y a muchos lugares que se encuentran resguardados en un pedazo de metal, acetato o es sólo una extraña configuración de unos y ceros, bajo el nombre de un tal Pink.

Nos leemos pronto.


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